La historia del hincha de Vélez que es ciego y sigue yendo a la cancha

Hernán Domínguez tiene 39 años y perdió la visión a los 18; sin embargo, intenta estar siempre en el Amalfitani. 

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Hernán Domínguez tiene 39 años y perdió la vista a los 18. Sin embargo, su condición no aplacó su fanatismo y asiste, siempre que puede, al estadio José Amalfitani para alentar a Vélez Sarsfield con sus amigos. Pisó una cancha por primera vez a los 7 años, de la mano de su abuelo. Desde los 12 empezó a ir solo o con los amigos, porque "en esa época se podía, no es el lío de ahora". De chico jugaba en el club del barrio donde vivió siempre: Villa Real, que está cerca del estadio del Fortín. "Hice las inferiores de papi, después me probé en Vélez, pero no quedé", cuenta. El sueño de jugador tendría otra parada en Almagro, club en el que se desempeñó durante tres años en las categorías novena, octava y séptima. A partir de ahí, el destino nubló sus ilusiones futbolísticas. "Fui perdiendo paulatinamente la vista y tuve que dejar."

Los problemas empezaron a los 13 años, y a los 18 la ceguera era definitiva. Hernán no se preocupa por la semántica de su condición. "Decir no vidente es lo mismo, pero en realidad es ciego. Si no se dice peyorativamente, la palabra es ésa." Sin embargo, la pérdida del sentido que nos define como espectadores no modificó sus costumbres: "La cancha siempre fue una pasión, seguir a la camiseta es lo que me mueve". Los colores y las formas siguen marcando su vida. Su hija de 5 años tiene impresa la camiseta en el nombre. "Se llama Victoria Azul, por la V azul del Fortín." La paternidad puso ciertos límites a su concurrencia a los estadios. "Desde que nació voy menos de visitante, ya corté con los viajes largos. Llego hasta Rosario, pero Bahía Blanca o San Juan son lugares que ya no entran en mi calendario."

Hernán es muy conocido en la popular velezana, su lugar en el estadio: "La gente me adora. Muchos me conocen de antes de que dejara de ver; por ejemplo, los amigos con los que sigo yendo." El ritual de preparación es idéntico al de cualquier hincha. "Me junto un rato antes con los pibes para hablar de la vida, tomar y comer algo." Es selectivo a la hora de confiar en los ojos de los demás. "Suelo consultar a un amigo de la infancia que siempre leyó bien los partidos. ¡Lástima que es muy poco tolerante! El típico que cuando sea viejo, seguramente, irá a la platea."

Cuando no va a la cancha, la televisión lo acompaña. "Siempre me junto con amigos, entonces es la única que me queda. Alguna rara vez, cuando estoy solo, pongo la radio."

-Pero en la cancha uno te imaginaría con la oreja pegada a la radio.

-No, no me gusta, porque si le das bola a una radio hay cosas que no vivís y a mí me gusta dejarme llevar por detalles que si no me perdería.

-¿Cómo te das cuenta de lo que pasa en el partido?

-Es muy difícil ponerte en mi lugar. Te digo porque yo veía y sé que es totalmente distinto. Sigo impulsos auditivos, me guío por el ruido de la pelota, por si la escucho o no. El griterío te da la pauta de cómo está jugando el equipo, porque la gente está muy caída o muy arriba. Te guiás por todo el contexto.

-¿Y alcanza para darte una idea de por dónde anda la pelota?

-Por los sonidos te das cuenta de cuando la hacen rotar, cuando la trasladan de banda a banda y en continuidad. Lo percibo cuando el equipo ataca; cuando está en posición defensiva no escucho nada. No me preguntes bien cómo, pero lo sé... Son muchos años de ciego, ya.

-Seguramente te enojarás con los que gritan goles que no son.

-No, en realidad me quieren matar a mí, porque a veces mi intuición falla, lo grito antes y después los pibes me mandan a callar. Igual, acierto mucho los resultados, así que me tienen como gurú.

Los vaivenes del destino hicieron que no pudiera atesorar con sus ojos la época dorada de su equipo. Además, cuando Vélez salió campeón en el Clausura 93 no pudo arengar al Fortín, porque le colocaron una válvula atrás de un ojo. Entonces, su imaginación tuvo que dibujar las grandes atajadas de Chilavert, aunque pudo disfrutar de las primeras gambetas del Turu Flores: "Pero ya no veía del todo bien. Me habría encantado verlo en su plenitud".

El fútbol no es el único deporte que lo moviliza; le encanta el básquetbol y sigue mucho a la Generación Dorada. En los Juegos Olímpicos también disfrutó con las Leonas: "Sabía que las chicas iban a traer una medalla", asegura haber pronosticado.

No obstante, no le atrae el fútbol que practican quienes padecen su condición: "Todo bien con los Murciélagos -el seleccionado de fútbol no vidente-, pero a veces hay historias atrás de la gente ciega, algunos sólo se relacionan entre ellos y eso no me va."

A Hernán, lo que más le gusta es la pasión que hay en la cancha, "porque sentís toda esa energía positiva que te queda y te la llevás". Su historia genera simpatía en propios y ajenos. "Me tratan bien los hinchas de todos los clubes. Hay pica en el momento, pero la gente que piensa separa y está todo bien", explica. Le encanta el folclore del fútbol bien entendido: "Tengo amigos de todos los clubes; uno de Huracán que desde el día en que le ganamos el campeonato me llama Brazenas. ¡Pobre! Va a llevar ese karma toda la vida", cuenta.

Y, como todo buen amante del deporte, repudia la violencia. "Es inexplicable que algunos se maten por llevar distintas camisetas." Este año, sus citas con la cancha se multiplicarán, ya que Vélez está jugando la Copa Libertadores. "Va a estar difícil ganarla, hay muy buenos equipos", dice. Para intentar lograrlo, los jugadores contarán con el aliento de Hernán, dueño de una pasión ciega con colores bien definidos.

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